martes, 19 de mayo de 2009

El curioso caso de Jade Goody

¿Hasta donde estamos dispuestos a llegar? Esta es la frase que rodea todo el entramado mediático creado por la concursante de Gran Hermano de 27 años, Jade Goody, fallecida el pasado 22 de marzo por un cáncer de cuello de útero.

Esta persona salió de la nada hace 7 años al ser seleccionada para el programa “Gran Hermano” de 2002. No ganó el concurso, pero su carácter pseudo analfabeto y pendenciero hizo las delicias entre el público. Con esta dudosa popularidad salió de la casa y no se estuvo quieta: durante los 4 años siguientes participó en 9 programas de televisión, escribió dos autobiografías, lanzó su propio perfume y abrió sus propios salones de belleza. Toda una hazaña para alguien que no sabía que Río de Janeiro era una ciudad o que Cambridge no era un distrito de Londres.

Sin embargo no todo el monte fue orégano. En 2007 decidió dar un empujón más a su “brillante” carrera y participó en “Celebrity Big Brother”, el Gran Hermano para famosillos. Fue allí donde pronunció unas desafortunadas acusaciones racistas [“perra”; “vuelve a tu favela”] contra la actriz india Shilpa Shetty, lo que causó un pequeño incidente diplomático entre India y Reino Unido. La popularidad tan fácilmente ganada descendió en picado y todo lo que había logrado se desmoronó de pronto. Ni ventas de libros, ni perfumes, ni nada.

Para limpiar su imagen decidió participar por tercera y última vez en un Gran Hermano, pero en esta ocasión en la versión india: “Big Boss”, donde la verbalmente maltratada Shilpa Shetty actuaba como presentadora. Y fue allí donde la pregunta “¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?” tomó sentido por primera vez: se le retransmitió en directo a la concursante Jade Goody que padecía cáncer de cuello de útero; con lo que volvió a Londres y la gran rueda mediática comenzó a girar.

El cáncer era terminal, y Jade escogió una opción muy discutida: decidió vender la agonía de su cáncer al mejor postor. Primero su deterioro físico en programas semanales y luego en un final apoteósico que incluyó la boda con su novio de 21 años Jack Tweed, el banquete, y el bautizo al cristianismo de sus dos hijos (Bobby y Freddie) fruto de un matrimonio anterior. Unos cuantos millones de libras que servirán, según las propias palabras de Goody para “el futuro de mis hijos, por si yo falto. No quiero que mis hijos tengan la misma infancia miserable, plagada de drogas y marcada por la pobreza que tuve yo”.


En mi opinión, querer que tus hijos tengan la mejor infancia posible no es nada malo. Cualquier madre dirá que por sus hijos haría lo que sea, algunas matarían por ellos, otras, se dejarían ver morir ante millones de personas. El problema no es este, el problema reside en cómo se trata el tema. Está claro que Goody no es la que toma las riendas del negocio que produce, siempre hay alguien detrás. Y ese alguien ha organizado todo creando un circo mediático alrededor de la moribunda Jade. No hay nada malo en que se muestre la agonía de un enfermo de cáncer, es algo natural, y mucha gente agradecerá saber qué es lo que sucede cuando se tiene una enfermedad terminal; pero tratar esa agonía como un cotilleo, como algo propio de la prensa rosa, algo morboso, sin límite… eso, sencillamente no está bien.


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